jueves, 8 de agosto de 2013

¿Por qué la elite “igualitaria” no manda a sus hijos a colegios públicos?



Me sumo al coro de los “resentidos” o en su nueva versión “la horda de la correctitud política”. Construyo mi posición a partir de algunos postulados que GA Cohen sostuvo en su debate con Rawls y Dworkin. Su argumento es sencillo (y por eso a mi juicio más poderoso) pues revela por qué no se puede moralmente sostener la inconsistencia de ser igualitario y ser rico, o en el caso de la elite de la concertación, porque se es inconsistente cuando se quiere cambiar la educación pero se envía a los hijos a colegios privilegiados, la respuesta es: porque se puede ser también más justo en el ámbito personal de la vida.
Los argumentos entregados por la elite igualitaria, o la elite políticamente incorrecta son al menos cuatro—en  psicología serían mecanismos para superar disonancia cognitiva: i) porque la acción individual no hace la diferencia; ii) porque la calidad de la educación pública es mala; iii) porque los hijos no son objetos estéticos, es decir, porque tienen derecho a vida propia; y iv) porque no hay confundir los quehaceres privados con los públicos. Mi reflexión por tanto es para ellos para la elite que superó la disonancia cognitiva. Mi objetivo es que se incomoden un poco, al menos un poco.

i)                    La acción individual no hace la diferencia. Es cierto, al menos superficialmente que la elite de izquierda envíe a sus hijos a colegios públicos no va mejorar los promedios nacionales SIMCE, PSU, o PISA, por tanto en una mirada aritmética quedamos igual, porque al final estamos hablado de solo (supuestamente) 100 niños. Sin embargo, si estos padres se integran a la “comunidad” educativa de colegios públicos, yo me imagino se podría apreciar alguna diferencia en el mediano plazo sobre cómo estos colegios públicos educan a sus hijos. Un resultado esperable por ejemplo seria que estos colegios tendrían seguramente más y mejores libros. La acción individual sí haría diferencia en un contexto un poco más sencillo, porque estos padres se preocuparían, me imagino, que en esos colegios hubiera mejores libros. El contrargumento a esta posibilidad es que los libros, o acciones similares, pueden llegar igual a través de un alza de impuestos, pero esta posición ya deja de ser que la acción individual sea impotente, en otras palabras habría posiciones individuales más efectivas que otras (me refiero a esta posición en el punto 4). Quizás el problema no sea que la acción individual no haga la diferencia para arriba, donde todos los promedios pueden subir, sino que dicha acción individual, la de los padres que deciden enviar a sus hijos a colegios públicos puede eventualmente hacer diferencias para abajo, pero solo para los 100 niños. En consecuencia una decisión de esta naturaleza pondría en muy alto riesgo los muy probables resultados exitosos de los 100 hijos al momento de ser examinados, y ellos, como la gran mayoría de los padres, no están por correr esos riesgos. Cabe agregar eso sí que en este contexto el probable “éxito” de los 100 niños por definición no puede ser en ningún caso individual, sino que es el producto de acumulación de recursos que se alojan en las redes que circunscriben a estos 100 niños. Lo anterior nos sugiere que estos padres no están por la competencia o la “meritocracia”, o al menos admiten que la meritocracia está muy distante de ser una realidad, ya que nadie efectivamente parte desde el mismo punto, pero sí hay que elegir donde ubicar a los hijos que estos partan de posiciones más aventajadas. Esto nos lleva al segundo argumento.

ii)                  Porque la calidad es mala. Esto claro que importa, porque es muy difícil convencer a una madre o padre de que envíe un hijo a un lugar donde no va a aprender, o no va aprender a desempeñarse (intelectual y/o afectivamente) en los ámbitos para los cuales el colegio prepara.  (No me voy a meter a razonar sobre finalmente qué es lo que se espera que un estudiante debería aprender, porque eso complejiza aún más este delicado tema, y me terminaría desviando del foco del debate, el cual en cualquier caso sí creo es mucho más relevante). Sin embargo cabe legítimamente preguntarse como se explica por ejemplo que dos miembros de dicha elite, provenientes del sistema de colegios públicos, lograran llegar a California y a Cambridge. O son efectivamente muy talentosos, y la ideología de la mentada meritocracia funciona, y/ o el sistema educacional no es tan malo. Pero con esto quiero ejemplificar que la mentada calidad no es decisiva o determinante, y por tanto dicho argumento puede descartarse dentro de la batería de recursos ofrecidos para justificar la incongruencia de la elite de izquierda. Similar al punto anterior, evitar que los 100 niños sean matriculados en colegios públicos es porque los padres quieren evitar que sus hijos estén en riesgo “educacional”. Si el niño va al Grange, creen los padres, el riesgo es significativamente menor de que éste fracase educacional y estéticamente. Ese es el punto. Entonces la pregunta que estos padres creen resolver es: ¿debe un padre o una madre someter a su hijo a un excesivo riesgo educacional? Evidentemente que no. Pero el problema con esta pregunta es que se refugia en la supuesta legitimidad del ámbito individual de la acción de los padres, ahí donde el Estado supuestamente no ha podido entrar, o mejor dicho de donde lo sacaron. Dichas personas finalmente señalan que sus hijos no puede ser sometidos a las irregularidades del sistema educacional público, pero ya no porque la educación pública per se sea mala, sino porque el Estado en estas circunstancias los obliga a enarbolar el derecho a elegir una “educación” mejor invocando la posición de privilegio que los padres tienen sobre la educación de sus hijos. Siendo justo con esa posición de ello no se deriva que dichos padres no puedan participar en mejorar la educación pública, y por ello su altruismo los lleva a ser parte del comando de una candidata, o bien dirigir instituciones sin fines de lucro que promuevan la igualdad de educación. En otras palabras estos padres serían solidarios con aquellos padres que no pueden consagrar el derecho a elegir una educación mejor. Pero, como se verá en el punto 4, esta justificación quiebra la legitimidad de la igualdad en dos: puesto que asume que la igualdad es solo virtuosa en lo público, y no en lo privado.

iii)                Porque los hijos no son objetos estéticos ya que tienen derecho a vida propia. Este argumento es interesante porque sugiere implícitamente que un hijo se juega la materialización de la vida propia, al parecer, ante la disyuntiva de que asista a un colegio público o a uno privado. En otras palabras el niño o la niña aprende el currículo ideal, y puede desempeñarse más que satisfactoriamente en los exámenes correspondientes facilitándole la vida. Sin embargo, este argumento presenta tres límites serios. Primero, que le vaya bien en los tests no significa que le vaya a ir bien, en la universidad o en el ámbito laboral, o que le vaya bien en la universidad no significa que la vaya a ir bien en el trabajo (no era ese el punto de Dante Contreras, y el impacto de los apellidos a pesar de las notas obtenidas en la universidad). La “vida propia” siempre está en riesgo, sin embargo para unos casos, digo para la inmensa mayoría, mucho más que para otros, eso es lo dramático. Segundo, endosarle el éxito de la niña al colegio, esto es que su estadía en el Grange le permita tener “derecho a vida propia”, es simplificar en exceso esta materia, porque por ejemplo la diferencia del niño del Grange contra el niño del Z-1, no está “controlando” por el número de libros que hay en cada casa. En la casa del niño del Grange uno probablemente va a encontrar a Shakespeare y Lemebel, (ok Huidobro), y al menos 500 libros más, mientras que en la otra casa con suerte un Icarito empastado. Las consecuencias de esta desigualdad generalmente se aprecia precisamente en los resultados de los exámenes, pero también cuando hay que reconocerse como similar o diferente, ahí cuando hay que establecer confianzas, para hacer proyectos “colectivos”. La tercera debilidad argumentativa que presenta esta posición es que una vez terminada la educación de la hija (con doctorado incluido), ya en su adultez ella se verá enfrentado a la misma disyuntiva ¿colegio público o privado para la hija (la nieta)?, y si el padre ya le enseñó que elegir por el colegio público no es lo adecuado porque esa opción finalmente atentaba contra su propio desarrollo, pregunto si afán retórico acaso ¿la hija no repetirá el mantra?

iv)                Porque no hay que confundir los quehaceres privados con los públicos. Esta justificación tiene evidentemente un aire Rawlsiano, y es por ahí donde GA Cohen entrega una valiosa crítica a dicha posición. El argumento que le permite sostener a la elite que su práctica no es inconsistente es más o menos así: primero es necesario distinguir entre institución pública y acciones privadas, y solo las primeras son objeto de llevar a cabo regulaciones o intervenciones que permitan promover la igualdad (de la educación), y por tanto acciones que pueden ser tildadas de justas. Una vez que se distingue entre una institución pública es posible además apreciar que las horas hombres que la elite de izquierda pone generosamente a disposición de un comando de candidata presidencial, se está en el camino de lograr la mentada igualdad en educación a nivel macro, y por tanto las rocas que muestran los “resentidos” desaparecen porque basta con ser virtuoso en el ámbito público. Pero esta solución tiene una trampa peligrosa, o sino pregúntenle a las feministas. Al hacer la distinción analítica entre privado y público, se puede por ejemplo apoyar una candidata que va a propiciar cambios legislativos que disminuyan las diferencias de salarios entre hombres y mujeres, pero en la casa el hombre por diversos motivos, porque gana más plata, porque es sutilmente violento o porque aduce falta de habilidades, puede decidir dedicar menos horas de trabajo a la casa, en comparación a la mujer con la cual convive. Esta distinción entre público y privado nos lleva a aceptar esta situación como justa, pero es justo que las mujeres dediquen más horas que los hombres en los quehaceres de las casas (puede ser que este ejemplo no resulte porque en Chile hay “asesoras del hogar”, pero controlando por asesoras del hogar, ¿los hombres dedican más horas que las mujeres a la casa?). Entonces como dicen las feministas lo personal es efectivamente político, porque en la esfera privada también se juega la sociedad. Ahí donde el Estado no llega, de donde lo sacaron, es donde se hace imperativo que las personas no se resten, especialmente si son partidarias de la igualdad. Pero cómo se relaciona este ejemplo con la decisión de la elite de enviar sus hijos a un colegio privado. Grafiquemos con lo siguiente, si la mensualidad del Grange es de 300.000 pesos chilenos, el razonamiento de la persona de la elite de la concertación indica que estos 300.000 pesos valen más cuando son invertidos en dicho colegio porque todos los otros padres ponen lo mismo, y se puede comprar y mantener todo lo necesario, para garantizar una educación de calidad (entonces además parece que Marx tenía razón cuando señalaba que el capital supeditaba las decisiones de las personas). Ahí se ven beneficiado no solo un hijo, sino que todos los otros que asisten a dicho establecimiento. Mientras que por el otro lado, pero siempre en el área de decisión privada, si un padre de la elite decide contribuir esa misma cantidad de dinero a una escuela fiscal, el dinero en principio se diluye, porque no será invertido apropiadamente, sugerirían varios expertos. Efectivamente es posible que el dinero se diluya en primera instancia, pero qué pasa si mantiene esa cantidad de dinero por los años que dura la educación del niño, mientras se hacen las reformas, mientras se ejecutan los recursos. En primer lugar esa persona no está contribuyendo directamente a la reproducción de la desigualdad escolar por “invertir” en una escuela protegida, segundo, existe la posibilidad de que esa persona se convierta en un pionero y atraiga a más “inversores”, y con ello esa escuela comienza a ganar más terreno, puesto que mejoraría por ejemplo en ampliar su biblioteca, así mientras el Estado se demora en llegar, el dinero invertido no necesariamente pierde valor, es cierto no se multiplica, pero si en primera instancia se ha revertido el orden, el dinero se ha supeditado a las educación, pero es todavía más importante ese es paso el que se tiene que dar sobre todo si es que efectivamente esa persona se reconoce como líder y se quiere cambiar la inequidad del sistema educacional.

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